Estudios Sobre el Sermón del Monte

Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres

Al examinar cualquier enseñanza, es norma sabia proceder de lo general a lo particular. Sólo así se puede evitar el peligro de que ‘los árboles no dejen ver el bosque’. Esta norma tiene importancia particular en el caso del Sermón del Monte. Debemos tener en cuenta, por tanto, que hay que empezar por plantearse ciertos problemas generales respecto a este famoso Sermón y al lugar que ocupa en la vida, pensamiento y perspectivas del pueblo cristiano.

El problema obvio para empezar es este: ¿Por qué debemos estudiar el Sermón del Monte? ¿Por qué debo llamarles la atención acerca de su enseñanza? Bueno, la verdad es que no sé que forme parte del deber del predicador explicar los procesos mentales y afectivos propios, aunque desde luego que nadie debería predicar si no siente que Dios le ha dado un mensaje. Todo el que intenta predicar y explicar las Escrituras debe aguardar que Dios lo guíe y conduzca. Supongo, pues, que la razón básica de que predique acerca del Sermón del Monte es que he sentido esta persuasión, esta compulsión, esta dirección del Espíritu. Digo esto con toda intención, porque de haber dependido de mí no hubiera escogido predicar una serie de sermones acerca del Sermón del Monte. Según entiendo este sentido de compulsión, creo que la razón específica de que lo vaya a hacer es la condición en que se encuentra la Iglesia cristiana en estos tiempos.

No me parece que sea juzgar con dureza decir que la característica más obvia de la vida de la Iglesia cristiana de hoy es, por desgracia, su superficialidad. Esta apreciación se basa no sólo en observaciones actuales, sino todavía más en tales observaciones hechas a la luz de épocas anteriores de la vida de la Iglesia. Nada hay más saludable para la vida cristiana que leer la historia de la Iglesia, que volver a leer lo referente a los grandes movimientos del Espíritu de Dios, y observar lo que ha sucedido en la Iglesia en distintos momentos de su historia. Ahora bien, creo que cualquiera que contemple el estado actual de la Iglesia cristiana a la luz de ese marco histórico llegará a la conclusión indeseada de que la característica destacada de la vida de la Iglesia de hoy es, como he dicho ya, la superficialidad. Cuando digo esto, pienso no sólo en la vida y actividad de la Iglesia en un sentido evangelizador. A este respecto me parece que todos estarían de acuerdo en que la superficialidad es la característica más obvia. Pienso no sólo en las actividades evangeliza-doras modernas en comparación y contraste con los grandes esfuerzos evangelizadores de la Iglesia en el pasado – la tendencia actual a la vocinglera, por ejemplo, y el empleo de recursos que hubieran horrorizado y chocado a nuestros padres. Pienso también en la vida de la Iglesia en general; de ella se puede decir lo mismo, incluso en materias como su concepto de la santidad y su enfoque todo de la doctrina de la santificación.

Lo importante es que descubramos las causas de esto. En cuanto a mí, sugeriría que una causa básica es la actitud que tenemos respecto a la Biblia, nuestra falla en tomarla en serio, en tomarla como es y en dejar que nos hable. Junto a esto, quizás, está nuestra tendencia invariable a ir de un extremo a otro. Pero lo principal, me parece, es la actitud que tenemos respecto a las Escrituras. Permítanme explicar con algo más de detalle qué quiero decir con esto.

Nada hay más importante en la vida cristiana que la forma en que tratamos la Biblia, y la forma en que la leemos. Es nuestro texto, nuestra única fuente, nuestra autoridad única. Nada sabemos de Dios y de la vida cristiana en un sentido verdadero sin la Biblia. Podemos sacar conclusiones de la naturaleza (y posiblemente de varias experiencias místicas) por medio de las que podemos llegar a creer en un Creador supremo. Pero creo que la mayoría de los cristianos están de acuerdo, y ésta ha sido la persuasión tradicional a lo largo de la historia de la Iglesia, que no hay autoridad aparte de este Libro. No podemos depender sólo de experiencias subjetivas porque hay espíritus malos además de los buenos; hay experiencias falsas. Ahí, en la Biblia, está nuestra única autoridad.

Muy bien; sin duda es importante que tratemos a la Biblia de una forma adecuada. Debemos comenzar por estar de acuerdo en que no basta leer la Biblia. Se puede leerla de una forma tan mecánica que no saquemos ningún provecho de ello. Por esto creo que debemos tener cuidado de todas las reglas y normas en materia de disciplina en la vida espiritual. Es bueno leer la Biblia a diario, pero puede ser infructuoso si lo hacemos sólo para poder decir que leemos la Biblia todos los días. Soy un gran defensor de los esquemas para la lectura de la Biblia, pero debemos andar con cuidado de que con el empleo de tales esquemas no nos contentamos con leer la parte asignada para el día sin luego reflexionar ni meditar acerca de lo leído. De nada serviría esto. Debemos tratar la Biblia como algo que es de importancia vital.

La Biblia misma nos lo dice. Sin duda recuerdan la famosa observación del apóstol Pedro respecto a los escritos del apóstol Pablo. Dice que hay cosas en ellos que son ‘difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen… para su propia perdición’. Lo que quiere decir es lo siguiente. Leen estas Cartas de Pablo, desde luego; pero las deforman, las desvirtúan para su propia destrucción. Se puede muy bien leer estas Cartas y no ser mejor al final que lo que se era al comienzo debido a lo que uno le ha hecho decir a Pablo, desvirtuándolo para destrucción propia. Esto es algo que siempre debemos tener presente respecto a la Biblia en general. Puedo estar sentado con la Biblia abierta frente a mí; puedo estar leyendo sus palabras y recorriendo sus capítulos; y con todo puedo estar sacando una conclusión que no tiene nada que ver con las páginas que he leído.

No cabe duda de que la causa más común de todo esto es la tendencia frecuente de leer la Biblia con una teoría ya en mente. Nos acercamos a la Biblia con dicha teoría, y todo lo que leemos queda coloreado por ella. Todos nosotros sabemos que así sucede. En un sentido es cierto lo que se dice que con la Biblia se puede probar todo lo que se quiere. Así nacieron las herejías. Los herejes no eran hombres poco honrados; eran hombres equivocados. No debería pensarse que eran hombres que se propusieron expresamente equivocarse y enseñar algo erróneo; se cuentan más bien entre los hombres más sinceros que la Iglesia ha tenido. ¿Qué les ocurrió entonces? …

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