Miremos de cerca el liderazgo de Cristo. Cientos de consideraciones y reflexiones podemos hacer acerca del liderazgo, pero lo primordial y más importante que debemos hacer es seguir el modelo de liderazgo que el mismo Jesús nos dejó en Las Escrituras.
Cualquier estudio que se haga sobre el liderazgo cristiano no es completo, a menos que se estudie la vida de Jesús. Es esencial reconocer desde el comienzo que Él resumió el concepto de liderazgo en la siguiente declaración: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir (…) yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Marcos 10:45; Lucas 22:27). Puesto que Cristo pasó mucho tiempo con sus discípulos, es cierto que deseó impresionarlos con el ejemplo de su vida. Él vino a «servir», y así debían hacerlo ellos. Este fue su método de liderazgo. Abnegadamente dio su vida, hecho que culminó con su muerte en la cruz. El Antiguo Testamento predijo que el Mesías sería “un siervo sufriente”. Su servicio no se degeneró en servilismo. Él fue humilde, pero mantuvo su dignidad. Su modelo de servicio establece un ejemplo. Estuvo dispuesto a lavarles los pies a sus discípulos. Su vida humana, perfecta e impecable, terminó con el sacrificio de sí mismo en el Calvario. Así demostró a sus seguidores cómo servir, y no exigió menos de aquellos que continuarían su obra en la Tierra. Jesús enseña a los dirigentes de todos los tiempos que la grandeza no se halla en el rango ni en la posición, sino en el servicio.
Establece que el liderazgo debe basarse en el amor, que debe expresarse en el «servicio». Cuando examinamos más de cerca su ministerio terrenal, descubrimos que su obra fue principalmente un ministerio de enseñanza. Hablaba con autoridad. Algunas veces los hombres más cultos de la sinagoga se quedaron asombrados por su enseñanza. Él sabía que la única forma de perpetuar la verdad consistía en transmitirla, así que se dedicó a preparar a sus discípulos. Además, su liderazgo exigía que los demás fueran obedientes. No quería que sus discípulos utilizaran la posición que tenían para lograr propósitos egoístas. De modo que su liderazgo en gran parte se desarrolló a través de la enseñanza y la preparación, así como también a través de su profundo interés en los individuos y sus problemas.
Otra consideración importante es el hecho de que el servicio de Cristo fue redentor. Él vino a ofrecer libertad al hombre: “La verdad os hará libres” (Juan 8:32). Esta idea tiene que dominar las relaciones entre cualquier líder y su grupo. Tiene que haber una relación dinámica y viviente; eso es lo que da a entender la palabra redentor. Los hombres que tuvieron fe en Cristo no solo hallaron su vida eterna, sino que fueron cambiados aquí en este mundo. El líder cristiano que sigue el modelo de Cristo no utilizará al grupo para lograr sus propios fines, sin tomar en consideración a las personas que constituyen el grupo. Siempre querrá permitir que las personas sean ellas mismas para que se sientan liberadas. Lo que busca no es una conformidad al servir al grupo, sino ayudar a las personas para que sirvan a una causa con gozo, dedicación y una motivación que sea impulsada por el mismo Cristo.
Cristo y la ambición
Todos los cristianos vivimos con el mandato de perfeccionar nuestras vidas hasta lo sumo. El apóstol Pedro nos instó: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18). Esto exige una ambición santificada, con un fuerte impulso a avanzar y realizar. Durante siglos los místicos cristianos y otras personas han escrito y hablado con menosprecio acerca de la ambición, en el sentido corriente de la palabra, pensando que tal actitud es pecaminosa. Sin embargo, cuando la ambición se usa para la gloria de Dios, es digna de alabanza. La palabra ambición viene de un término latino que significa “búsqueda de ascenso”. Es cierto que los hombres pueden tener mucha ambición egoísta de controlar a todos, de disfrutar del poder simplemente por el gusto del poder, y carecer de escrúpulos para hacer dinero y controlar a otras personas. Pero Jesús dio a sus discípulos una norma diferente de ambición y de grandeza: “Así que Jesús los llamó y les dijo: ‘Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad.
Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos’” (Marcos 10:42-44). Este pasaje revela la verdadera naturaleza de la ambición en un dirigente cristiano. No debe ejercerse en conformidad con las normas mundiales, donde los hombres buscan ganancia. La ambición debe estar vestida de humildad. Lo importante no es el número de siervos que uno tenga, sino el número de individuos a quien sirve. La grandeza de la exaltación está en proporción con la grandeza del servicio que se rinda humildemente. La verdadera grandeza, el verdadero liderazgo, se logra en un servicio abnegado para otros. Esta es la clara enseñanza de nuestro Señor.
Verdadero liderazgo
El liderazgo del que habla el Nuevo Testamento no consiste en brillantes relaciones públicas ni en personalidad de plataforma, sino en un servicio humilde al grupo. La obra de Dios debe llevarse adelante mediante el poder espiritual y no mediante el magnetismo personal, tal como claramente lo señaló Pablo en 1 Corintios 1:26-31. Algunos líderes pueden servir la Palabra, y otros, servir a las mesas, pero todos sirven (Hechos 6). A. B. Bruce explica el modelo positivo de conducta dado por Cristo para el desarrollo del liderazgo en sus discípulos, en su libro titulado La preparación de los doce. Sugirió que el informe total de los evangelios solo cubre treinta y tres o treinta y cuatro días del ministerio de tres años y medio de nuestro Señor, y Juan solo registra el ministerio de dieciocho días. ¿Qué hizo Cristo el resto del tiempo? De Las Escrituras se deduce claramente que estaba preparando líderes. ¿Qué clase de líderes? ¿Cómo los trató? ¿Cuáles fueron los principios importantes de su programa para el desarrollo del liderazgo?.
El «liderazgo» de nuestro Señor se concentró en los individuos. Su conversación personal con Pedro, que se halla en Juan 21, es un buen ejemplo de la manera como se dio a sí mismo con el objeto de establecer la vida y el ministerio de Él en ellos. El liderazgo de nuestro Señor se concentró en Las Escrituras. Su modo de tratar la verdad absoluta de Dios no se diluyó en filosofías relativistas. Los rabinos habían deformado la revelación de Dios, y ahora el Líder de los líderes vino a decir: “Oísteis que fue dicho (…) pero yo digo” (Mateo 5:21-48). El liderazgo de nuestro Señor se concentró en sí mismo. Recordemos que en Juan 14:9 Él sintió la necesidad de decir a uno de sus discípulos: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me han conocido, Felipe? El que me ha visto a mi, ha visto al Padre”. El liderazgo de nuestro Señor se concentró en un propósito.
Cristo estableció metas claras para su ministerio terrenal, y un tiempo limitado en el cual debía lograrlas. Si tú supieras que tendrías que abandonar tu ministerio actual dentro de tres años y medio, y entregarlo a individuos completamente subordinados a los cuales te permitirían preparar durante ese período, ¿cómo lo harías?
No pudieras hacer nada mejor que seguir el ejemplo de Jesús, y el resultado probablemente sería muy parecido al liderazgo que caracterizó a la iglesia del Nuevo Testamento.
Tomado del libro: Un líder no nace, se hace de Grupo Nelson
Ted W. Engstrom