DISCURSOS A MIS ESTUDIANTES
PLATICA I
La Vigilancia que de sí Mismo Debe Tener
El Ministro
“Ten cuidado de ti mismo y de tu doctrina.” —1 Ti.4: 16.
Todo «obrero» sabe cuán necesario le es conservar su herramienta en buen estado, porque
«si los instrumentos se embotasen y no los amolase, tendría que emplear más fuerzas.» Si al
obrero se le gastara el filo de su azuela, sabe que se vería obligado a redoblar su esfuerzo, so
pena de que su obra saldría mal ejecutada. Miguel Ángel, el predilecto de las bellas artes,
comprendía tan bien el importante papel que desempeñaban los útiles que usaba, que hacia con
sus propias manos sus brochas y pinceles, ejemplificándonos de ese modo al Dios de la Gracia
que con especial cuidado se adapta a sí a todo ministro verdadero. Es verdad que el Señor puede
trabajar sin el auxilio de instrumento alguno, conforme lo verifica a veces valiéndose de
predicadores indoctos para la conversión de las almas; y también lo es que puede obrar aun sin
agentes, como lo hace cuando salva a los hombres sin ninguna clase de predicadores, aplicando
la palabra directamente por medio de su Santo Espíritu; pero no podemos considerar los actos
soberanos y absolutos de Dios, como regla para normar los nuestros. El puede, supuesto lo
absoluto de su carácter, obrar como mejor le plazca; pero nosotros debemos hacerlo, según nos
lo preceptúan sus más claras dispensaciones; y uno de los hechos más palpables es que el Señor
generalmente adapta los medios a los fines, en lo cual se nos da la lección de que es natural que
trabajemos con tanto mayor éxito, cuanto mejor sea nuestra condición espiritual. En otras
palabras: generalmente efectuaremos mejor la obra de nuestro Señor, cuando los dones y gracias
que hemos recibido se hallen en buen orden; y lo haremos peor, cuando no lo estén. Esta es una
verdad práctica para nuestra guía. Cuando el Señor hace excepciones, éstas no hacen más que
probar la exactitud cíe la regla que acabamos de sentar.
Nosotros somos, en cierto sentido, nuestros propios instrumentos, y de consiguiente,
debemos conservarnos en buen estado. Si me es menester predicar el Evangelio, no podré hacer
uso sino de mi propia voz. y por tanto, debo educar mis órganos vocales. Presiones aquí para descargar la obra completa: Spurgeon_Discursos_Estudiantes