Hacia el amor

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Desde hace años he sentido especial interés por un tema: el sentido del
sufrimiento. El «sufrimiento» desde una «perspectiva espiritual».
Ahí está, pensaba y pienso, la clave para «afrontar la vida».
Desde hace tiempo leo, tomo notas, escucho a Dios, le pregunto, escucho
a los demás, reflexiono…
Intento aplicar en lo cotidiano —contratiempos, enfermedades, molestias…—
mis conclusiones.
El sufrimiento en sus distintas formas y grados, objetivo o subjetivamente
percibido.
Me acerco a él como el misterio que es.
Un misterio materializado en dolor concreto, en hechos que parecen no
tener explicación, en enfermedad, muerte, incomprensiones, catástrofes
naturales o provocadas de un modo u otro por el hombre
Un tema complejo, muy complejo, difícil de abordar…
Pero, a la hora de extraer conclusiones prácticas, intento simplificarlo. (En
la medida en que esto sea posible).
Aceptar la Voluntad de Dios. Y, como parte de ella, aceptar el sufrimiento.
Esa es la clave, pensaba.
Él es quien decide el rumbo de nuestras vidas.
Uno puede proyectar, con altos y bajos de ilusión y decepción; puede
hacer y deshacer, invertir tiempo, dinero, energías…
Al final, es Él quien decide.
Y, a lo mejor, decide lo mismo o lo contrario, lo más opuesto a lo que consideramos
bueno.
Segunda conclusión personal: la felicidad no depende de las circunstancias
externas. Indudablemente, influyen, condicionan, pero no determinan.
La estabilidad vital depende de la actitud con que cada uno las afronta y
se adapta a ellas.
Esas circunstancias —hechos, personas, aparentes casualidades…— son
un reto.
La tercera: en esta vida no es posible la plena y absoluta felicidad.

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