Hasta dejarlo… todo.

aguila en las alturas

 
 
Una mujer que se entrego si reservas

 

Una característica de aquellos que Dios usa en gran manera, es que están dispuestos a dejarlo todo y seguir su dirección. Un ejemplo de entrega y fidelidad a Dios a pesar de todo.

En su ministerio internacional, Kathryn Kuhlman sentó los fundamentos para la obra del Espíritu Santo en las vidas de incontables miles de personas en todo el mundo. Su ministerio, único, cambió el énfasis en el cuerpo de Cristo, que pasó de la demostración externa de los dones sobrenaturales del Espíritu Santo, nuevamente al Dador de los dones: el Espíritu Santo.

Al principio…
Kathryn tenía catorce años cuando nació de nuevo. Venía de un trasfondo «religioso» más que espiritual, en las iglesias a las que asistía nunca hacían llamados para recibir la salvación.

 

El padre de Kathryn estaba de pie en la cocina cuando ella llegó corriendo de la iglesia para darle la buena noticia. En sus propias palabras, se lanzó sobre él y le dijo:

Papá, ¡Jesús ha entrado en mi corazón!

Sin mostrar ninguna emoción, su padre solo dijo:

–Me alegro.

Kathryn decía que nunca estuvo segura de si su padre era nacido de nuevo. Algunas veces en público aseguraba que sí. Pero, en privado, expresaba su frustración por no poder estar segura. Sin embargo, Kathryn sabía que su padre sentía una profunda aversión por los predicadores. Pensaba que todos «solo buscaban dinero». Y las únicas ocasiones en que asistía a la iglesia eran en festividades especiales o algún culto en que Kathryn recitaba. Hasta donde su hija sabía, Joseph Kuhlman nunca oraba ni leía La Biblia.

Una característica de aquellos que Dios usa en gran manera, es que están dispuestos a dejarlo todo y seguir su dirección. En 1913 la hermana mayor de Kathryn, Myrtle, se casó con un joven evangelista que estaba terminando sus estudios en el Instituto Bíblico Moody. Myrtle y Everett Parrott comenzaron un ministerio como evangelistas itinerantes. Aproximadamente diez años más tarde, Myrtle y Kathryn persuadieron a sus padres de que la voluntad de Dios era que Kathryn viajara con ellos.

En ese momento los Parrott habían conocido a un renombrado maestro y evangelista, el Dr. Charles S. Prince, quien tenía un ministerio de sanidad y les enseñó sobre el bautismo en el Espíritu Santo. Sin embargo, a pesar de esta maravillosa experiencia, el matrimonio de Myrtle no era feliz, y ahora los problemas económicos agregaban tensión a la relación.

En ese momento hubiera sido fácil para Kathryn tener compasión por sí misma. Pero por el contrario, se ocupó de las tareas del hogar.

Durante ese tiempo, además de aprender a tener paciencia en la adversidad, aprendió que el egocentrismo, junto con los demás pecados del «yo», hacen que una persona se juzgue o se condene a sí misma, y eso es obstáculo para la obra del Espíritu Santo en su vida.

Siempre decía que cualquiera puede tener al Espíritu Santo obrando en su vida… si está dispuesto a pagar el precio. Nunca se paga el precio una sola vez. Es algo que comienza con un compromiso inicial y un acto de decisión de seguir a Dios cada día de tu vida.

Hubo muchos momentos y lugares en que Kathryn podría haber elegido no someterse a la corrección del Espíritu Santo. Pero tomó las decisiones correctas y es un ejemplo que podemos seguir.

Determinación y fidelidad
Kathryn pasó cinco años con su hermana y su cuñado preparando lo que sería la base de su propio ministerio. Trabajaba en la casa para aliviar cualquier carga que pudiera significar, y pasaba muchas horas leyendo y estudiando La Palabra.

Para 1928 los Parrott habían adquirido una carpa y tenían una pianista llamada Helen. Pero sus problemas maritales habían aumentado, por lo que Everett se dirigió hacia Dakota, mientras Myrthle, Kathryn y Helen se quedaron para tener las reuniones en Boise.

Después de dos semanas, las ofrendas ni siquiera alcazaban para pagar el alquiler del lugar, ni el departamento donde se alojaban ni para comprar comida. Las tres mujeres vivían a pan y atún.

Myrtle creía que su única salida era reunirse con su esposo, pero Helen y Kathryn no veían ninguna esperanza para el futuro si continuaban viajando con los Parrott. Así que, como Pablo y Bernabé, decidieron separarse. Un pastor les ofreció la posibilidad de predicar en un pequeño salón de billar que había sido reacondicionado. Ese fue el comienzo del «Ministerio de Kathryn Kuhlman».

Luego de predicar en esa obra misionera, Kathryn predicó en un viejo teatro de ópera. El edificio estaba muy sucio y debía ser limpiado antes que pudieran usarlo. Podemos imaginar quién hizo la limpieza… ¡la evangelista! Después viajaron a Twin Falls, en medio del más crudo invierno. Allí Kathryn resbaló sobre el hielo y se fracturó una pierna.

Muchas veces durante esos primeros años, las comodidades eran «escasas», por decirlo de alguna manera. En cierta ocasión la familia con quien debía alojarse no tenía ningún cuarto donde ella pudiera dormir, así que tuvieron que acondicionar un gallinero.

Su corazón estaba totalmente entregado al Señor. Ese fue el secreto de su ministerio. Su corazón estaba «fijo» en Jesús. Estaba decidida a serle fiel a Él y a no contristar al Espíritu Santo.

En estos primeros años de su ministerio podemos ver dos características que Kathryn desarrolló: dedicación y fidelidad a Dios y a su pueblo. Kathryn creció y extendió su entendimiento espiritual a partir de ese fundamento básico de carácter que desarrolló muy tempranamente en su vida.

¿Qué es lo que mantiene a una persona dedicada a su llamado? La respuesta de Kathryn es: «su lealtad». La verdadera lealtad, para quienes son llamados al ministerio, se expresa en la decisión de no desviarse jamás del llamado de Dios. No agregar a él, ni quitarle; solo hacerlo.

El error y el dolor
En 1935 un predicador llamado Burroughs Waltrip fue invitado a predicar en la iglesia de Kathryn. Era un hombre extremadamente apuesto, ocho años mayor que ella. Pronto ambos descubrieron que había una atracción.

El único problema era que este hombre estaba casado y tenía dos hijos. Kathryn aparentemente ignoró las señales del Espíritu Santo en su interior, que le indicaban que esta relación era un error.

Poco tiempo después de su primera visita, Waltrip se divorció de su primera esposa y dijo a todos que ella lo había abandonado. Después de dejar a su esposa, Waltrip nunca regresó a ella, y sus dos hijos jamás volvieron a ver a su padre.

Pronto la relación romántica entre Kathryn y Waltrip, a quien ella llamaba «Mister» se hizo pública. Helen y otros amigos trataron de persuadir a Kathryn de que no se casara con él, pero ella insistía en que su esposa lo había dejado, lo cual lo hacía libre para casase nuevamente.

Antes de la fecha decidida para el matrimonio, Kathryn le dijo a sus amigas:

–Es que no logro encontrar la voluntad de Dios sobre este tema.

Las mujeres trataron de convencerla de que esperara y buscara tener paz en Dios, pero no las escuchó. Allí sus amigas le comunicaron que no apoyarían ese acto, por lo que no asistieron a la boda.

Cuando los recién casados se dirigieron al hotel después de la ceremonia, Kathryn hizo algo extraño: se negó a quedarse con su nuevo esposo y se fue a donde estaban sus amigas.

Kathryn se quedó en el cuarto de ellas, llorando y admitiendo que había cometido un error al casarse, y que pediría la anulación del matrimonio.

Lo que esta mujer había construido tan diligentemente durante los cinco años anteriores, se desintegró con rapidez. Sus amigas se fueron, las ovejas se dispersaron, perdió su iglesia y su ministerio. Aun su relación con Dios sufrió, porque ella puso al «Mister» y sus deseos por encima de su pasión por Dios.

Kathryn Kuhlman, la mujer que algunos habían adorado como «perfecta madonna» era, en realidad, un ser humano sujeto a tentaciones. Fue una gran mujer de Dios, pero lo que la hizo grande fue la decisión de actuar para recuperarse de su error. A pesar de las miradas, los comentarios y el rechazo generalizado, necesitó una gran fe y una determinación tenaz para restaurar su ministerio. Se dice que sus propios errores fueron el origen de la gran revelación que se percibe en sus sermones sobre la tentación, el perdón y la victoria.

Pero esta revelación no se produjo de un día para el otro. Kathryn pasó los siguientes ocho años en completo anonimato en lo que al gran ministerio se refiere. Seis años duró el matrimonio, y durante los dos siguientes estuvo tratando de encontrar el camino de vuelta al ministerio de tiempo completo.

Kathryn dejó a Waltrip en 1944, pero él no pidió el divorcio hasta 1947. En una de las raras ocasiones en que habló sobre estos años y sobre lo que había sucedido, Kathryn comentó:

–Tuve que escoger entre el hombre a quien quería y el Dios a quien amaba. Sabía que no podía servir a Dios y vivir con el Mister al mismo tiempo… no creo que nadie pueda experimentar un dolor tan profundo como el mío; era la agonía de morir, porque lo amaba más que a la vida misma. Inclusive durante algún tiempo, lo quise más que a Dios. Finalmente le dije que tenía que marcharme. Dios nunca me había relevado de aquel llamado original. Durante el tiempo que vivimos juntos mi conciencia me atormentaba y la reprensión del Espíritu Santo era tal, que resultaba casi intolerante. Ya estaba cansada de tratar de justificarme.

Y a partir del momento en que tomó su decisión Kathryn nunca se apartó del llamado de su vida, nunca se desvió de la senda que Dios había trazado para ella y nunca más volvió a ver a «Mister». Fue totalmente restaurada en su vida con Dios. Aunque este fue un tiempo difícil para ella, las bendiciones de Dios pronto la siguieron.

«Quiero irme a casa»
La maravillosa dama pelirroja que presentó el ministerio del Espíritu Santo a generaciones pasadas, emocionó a millones de personas y realizó centenares de milagros, finalmente recibió lo que deseaba con todo su corazón. Se dice que el Santo Espíritu descendió sobre ella y su rostro comenzó a brillar. La enfermera que cuidaba de Kathryn en la clínica durante su agonía, tras sufrir una operación a corazón abierto, notó un fulgor que rodeaba su cama, que creaba una paz indescriptible. El viernes 20 de febrero de 1976 Kathryn Kuhlman fue a su hogar, a estar con Jesús. Tenía sesenta y ocho años de edad.

Esta mujer fue un tesoro muy especial. Su ministerio fue pionero en llevar a miles al conocimiento del Espíritu Santo. Intentó mostrarnos cómo tener comunión con Él y amarlo.

Kathryn verdaderamente tenía la capacidad de revelar a Dios como nuestro Amigo. Por eso, nadie puede cerrar esta nota mejor que ella misma:

–El mundo me ha llamado tonta por haberle dado mi vida entera a Alguien que nunca he visto. Sé exactamente lo que voy a decir cuando esté en su presencia. Cuando mire el maravilloso rostro de Jesús, tendré solo una cosa para decir: «Lo intenté». Me entregué lo mejor que pude. Mi rendición será completada cuando me encuentre frente a quien todo lo hizo posible.

 

 

Tomado del libro: Los Generales de Dios

Editorial Peniel

 

 

Roberts Liardon

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