Láncelos al ministerio
Qué debería suceder en el corazón de un pastor y maestro, cuando su discípulo le dice: “Me voy de la iglesia para servir al Señor”. Es un momento agridulce que solo un maestro afectuoso puede plenamente valorar.
Larry Thomas |
Imaginemos algo que suele suceder. David y Juani se asentaron en la iglesia hace ya algún tiempo. Hicieron suya su clase, y su iglesia se convirtió en la iglesia de la que son miembros. Pasaron por las clases de discipulado, y con cada mes que pasaba se fueron integrando más profundamente. A los dos les encantaba ayudar cuando se necesitaba algo en el grupo. En realidad, David llegó aun a dar la clase un par de veces que usted había tenido que salir. Ahora tienen ya papeles permanentes en el ministerio, y parecen pasarlo muy bien.
Un domingo se le acercan y le dicen que quieren almorzar con usted y conversar de algo urgente. Por un segundo, usted se pregunta si algo anda mal, si estarán enojados por algún motivo, o si tal vez ha pasado algo que los ha ofendido. Pero cuando los observa, decide que les va demasiado bien en clase para que algo así vaya a salir mal. Así que por el momento desecha esas ideas.
Después del culto, se reúne con ellos y se van a un restaurante cercano. Como es domingo, tienen que esperar un poco más. La curiosidad lo está volviendo loco. No puede menos que preguntarse qué será ese “asunto urgente”. Piensa: “¿Será que están esperando otro niño?” “¿Acaso a uno de los dos le dieron un considerable aumento de sueldo?” Después de un poco más de charla, usted finalmente no puede más, y dice:
– Bueno, ya me han tenido en suspenso por bastante tiempo. ¿Cuál es esa gran sorpresa?
David y Juani se miran con un brillo en los ojos, como si estuvieran decidiendo quién de los dos es el que revelará la gran sorpresa. Tal vez usted tenía razón y están esperando otro niño. Entonces, siente que se queda paralizado cuando Juani le dice:
– Nos vamos de la iglesia.
El último bocado del aperitivo se le atraganta. Su mente repasa a toda velocidad los últimos meses, buscando algo que haya podido suceder, y que haga que quieran irse. Después de un tiempo que parece ser una repetición de la última glaciación, usted responde:
– ¿Es cierto lo que acabo de oír? Me pareció que hablaron de “dejar la iglesia”. ¿Algo anda mal? ¿Alguien los ha ofendido?
David y Juani se ríen y le responden.
– ¡No, mil veces no!
Juani continúa hablando:
– Desde hace ya un tiempo, hemos sentido que es hora de que comencemos a usar nuestros dones en el ministerio.
David sigue:
– Un joven está fundando una iglesia nueva cerca de donde vivimos. Ambos sentimos que debemos estar allí para ayudarlo a establecer una nueva obra.
La mirada que tienen ambos en el rostro le revela que en este asunto han oído la voz de Dios. Su momento ha llegado.
De repente, toda la enseñanza que usted les ha dado acerca de estar centrado en el Reino, no suena tan llena de valentía como cuando usted la presentó. En parte, se siente contento, pero ahora mismo lo que siente es tristeza. Reconoce, a pesar suyo, de que David y Juani han cerrado el círculo del proceso del discipulado. Se da cuenta de que tiene que aceptar su decisión porque, al fin y al cabo, esa es la meta del discipulado.
Su mente vuelve a un pasado no tan lejano, al tiempo en que aquel matrimonio entró a su aula con la esperanza de hallar algo significativo que llenara el vacío que tenían en su vida. Piénselo: usted ha desempeñado un papel importante en su crecimiento. Se ha obtenido de forma gradual, y tanto usted como los demás miembros de la clase los han cuidado a lo largo de su peregrinaje espiritual. Ahora han madurado ya hasta un punto de su desarrollo espiritual, en el cual están listos para participar más intensamente en el ministerio activo.
Aunque esto es lo último que usted habría querido oír, en realidad puede regocijarse con ellos. El proceso dio resultados. Su grupo y su enseñanza han funcionado juntos para realizar la labor que les correspondía dentro de la Gran Comisión. Todo lo que usted ha invertido en la vida de ellos, ha valido la pena. Ha presenciado la transformación espiritual que se produce cuando el discípulo se convierte en discipulador, tal como dice La Biblia que debe ser. Es un momento agridulce que solo un maestro afectuoso puede plenamente valorar.
Los pasos que conducen al lanzamiento
En mis funciones de maestro y de pastor, he disfrutado de muchos momentos así, con estas mismas emociones encontradas. Puedo decirle con toda sinceridad que no hay nada más emocionante para un maestro y para una clase, que ver que unas personas con las que han trabajado llegan a este punto del proceso de discipulado. En realidad, esta debería ser su meta con todos los alumnos de su clase.
Por supuesto, no todos los que lleguen a este nivel de madurez se marcharán de su iglesia para ministrar en otro lugar. Si su iglesia es como la mayoría, tendrán mucho que hacer en su propio ambiente, y lo que usted puede esperar es que la mayoría de esas personas se queden y asuman papeles de liderazgo en su propia iglesia local.
No obstante, debe estar consciente de que algunos de ellos se irán para incorporarse a formas nuevas, según los dirija Dios al que Él le haya escogido, y que esto siempre encaja dentro de sus planes. Esta transición es mucho más fácil de aceptar cuando comprendemos la importantísima realidad de que estamos edificando el reino de Dios, y no el nuestro. Básicamente, David y Juani han sido lanzados al ministerio global de la Iglesia.
Un amigo dijo en una ocasión, que le parecía que la iglesia local debía ser el punto de partida para enviar gente, y no la línea de llegada para recogerla. Muy bien expresado.
Si realmente creemos esto, ¿qué necesitamos hacer para que este tipo de resultados sean la regla y no la excepción? Esto es lo que constantemente sucederá cuando reconozcamos que lanzar a la gente a los ministerios es parte importante del proceso de discipulado. No hemos terminado nuestra tarea, mientras todos no hayan hallado un lugar de ministerio. Como maestro, esta meta debe ser parte de su enseñanza de una manera consciente.
Los propósitos primarios de la iglesia local, y con ella de todos sus grupos y organizaciones, son el evangelismo y el discipulado. Hacen falta prodigios para alcanzar esto; por consiguiente, puede considerarse que todas las clases son lugares de adiestramiento para que las personas aprendan a alcanzar ambos propósitos.
La fuente del verdadero entusiasmo consiste en sintonizar con el plan general de Dios. Él quiere que todos los maestros, todas las clases y todos los pequeños grupos colaboren con Él, con su Espíritu y con su Palabra, para alcanzar a las almas perdidas y guiarlas a una vida de servicio en su Reino. Esto es lo que despierta un entusiasmo que se perpetúa a sí mismo.
Hay una palabras del profeta Isaías que reflejan el corazón de un discípulo maduro en su respuesta a Dios, cuando le abre su vida y proclama: “Heme aquí, envíame a mí” (6:8).
Tomado del libro: El alumno en la mirilla de Gospel Publishing House