Liderazgo: Lo que queda luego de que te vas…

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Lo que queda luego de que te vas

 Hablar de «legado» no es nada nuevo, ni tampoco nada fácil. ¿Trabajas en pos de dejar tu huella para lo que viene después de ti? Una forma de medir tu liderazgo.

 

¡Cuál fácil es pasar del satisfactorio papel de un pionero emprendedor al de un corcho tercamente atorado en la botella! La vida cambia de continuo. Hace veintiún años, Oasis Global, organización de la cual soy director y que tiene como fin brindar la oportunidad de que cada persona conozca a Cristo, consistía solo en un escritorio, una silla, un teléfono, una prehistórica máquina de escribir eléctrica de segunda mano… y yo. En ocasiones resultaba solitario, pero también tenía sus cosas buenas. Por ejemplo, significaba que mis ideas y opiniones siempre eran aceptadas. No tenían rival. Si yo no las soñaba y no las llevaba a cabo, simplemente no sucedían. Y esto implicaba que a mí se me daba todo el crédito por cualquier cosa que lográramos. Después de todo, yo era el visionario, el fundador, el iniciador, el estratega, el administrador, el gerente, el publicista y el trabajador de campo.

Es muy diferente ahora. Hemos crecido con la llegada de muchas personas y actividades nuevas, así como de nuevos proyectos. Sin embargo, esto implica nuevas ideas, nuevos métodos, nuevas rutinas, nuevos pensamientos, nuevos líderes y nuevo personal. Y en medio de todo esto he tenido que enfrentar algunos desafíos personales muy exigentes, y aprender algunas incómodas lecciones sobre mí mismo, como la inquietante comprensión de que aunque me gusta pensar con respecto a mí mismo como un pionero, muy en lo profundo de mi ser acecha en secreto un colono.

Recuerdo aquello a lo que John Maxwell llamó «la ley del tope». Él explicó que todo líder crea un «tope de cristal», no solo para sí mismo, sino para toda la organización. La cima de este tope está determinada por su capacidad de seguirse desarrollando. Cuando los líderes alcanzan este tope, no solo se estanca con ellos. De esta forma, la actitud de cualquier líder se convierte en el limitante del crecimiento de su organización, así como también de su propio desarrollo. Si son listos, el tope es alto, pero si el tope es bajo, todo el mundo sufre. Así que mi habilidad de liderazgo, para bien o para mal, determina no solo mi efectividad, sino también el futuro desarrollo de todo lo que emprenda. ¡Definitivamente un pensamiento preocupante!

Mi problema es que estoy asediado por dos pesadillas recurrentes que representan dos temores iguales y opuestos. El primero es que de aquí a diez años la gente pueda decir: «El problema con ese Steve Chalke fue que nunca supo cuándo detenerse, cuándo quitar sus manos del volante y dejar que otros hicieran el trabajo. En los primeros días, Oasis creció debido a su visión, pero al final casi la destruye porque simplemente no pudo hacerse a un lado. Él quería meter la cuchara en todas partes».

Recuerdo que Teodoro

 

 


 

 

Steve Chalke

Roosevelt dijo en una ocasión:

–El mejor ejecutivo es aquel que tiene el suficiente sentido común para elegir gente buena a fin de hacer lo que quieren hacer, y el suficiente autocontrol para evitar entrometerse mientras lo hacen.

Este es un gran pensamiento, pero es uno con el que es más fácil estar de acuerdo que ponerlo en práctica.

Mi segunda pesadilla radica en exactamente lo opuesto. En esta aterrorizante aparición, han pasado diez años de nuevo, pero en esta ocasión la gente señala: «El problema con ese Steve Chalke fue que aunque hizo un buen trabajo al principio, debió haberse aburrido porque quitó las manos del timón demasiado pronto. En los primeros años Oasis creció gracias a su visión, pero al final casi la destruye porque simplemente perdió interés, parecía no tener el poder de la constancia que le hubiera permitido a la organización alcanzar su potencial». 

Recuerdo haber visto en la televisión uno de esos programas de historia natural sobre una manada de alguna clase de caballos salvajes, donde la hembra dominante había sido asesinada por un ataque de leones. El comentarista explicaba que esta muerte era una tragedia para toda la manada, porque privados de su líder natural antes de tiempo, las otras hembras habían pujado por la posición y, sin liderazgo, todo el grupo debería luchar para sobrevivir a los peligros del largo y duro invierno que se avecinaba.

Este es mi dilema, siento que estoy atrapado entre lo uno y lo otro. ¿Qué cosas delego? ¿De qué encargarme yo mismo? ¿A quién le delego? ¿Cuándo y cómo lo hago?

A menudo me siento perturbado por la imagen de esa manada de caballos. ¿Era esa una lección del cielo advirtiéndome que no entregara el liderazgo demasiado pronto, o era un mensaje del infierno haciéndole el juego a mi exagerado sentimiento de creerme indispensable?

Estoy confundido porque todo esto se ve complicado por otro problema. Debo confesar que creo haber hecho todo por una motivación pura. Así que, además de mis buenas razones para luchar con esto de la «sucesión», debo ser lo suficiente franco para admitir que en ocasiones me encuentro acechado por el temor de perder importancia y el hecho de tener que dar un paso hacia la oscuridad.

Resulta fácil convencerme de que otros no pueden hacer el trabajo tan bien como yo; de que tengo la madurez y la comprensión que provienen de la experiencia que a otros les falta. Y para complicar todo esto, es obvio que algunas de estas cosas son ciertas. Tengo más experiencia que el equipo con el que trabajo: soy mayor, he estado en las trincheras por más tiempo y he tenido más oportunidades para aprender de mis errores. Sin embargo, una vez más, la vida consiste en mucho más que las actuaciones perfectas de profesionales brillantes. Esa es la huella de una corporación descuidada, no de una comunidad cariñosa. Necesito aprender a tener la gracia de ver a aquellos con los que trabajo cometer errores mientras me muerdo la lengua, sonrío, y en el momento oportuno ofrezco una opinión sincera, motivación y ayuda sin caer en una de esas condescendientes actitudes de «te lo dije».

¿Cómo me recordará la historia? El jurado todavía no tiene su veredicto. ¿Qué clase de tope tengo? ¿Cuál alto o bajo es? Se dice que un gran liderazgo se mide por aquello que queda luego de que te hayas ido. Así que, mientras camino en lo que en ocasiones me parece la cuerda floja, por favor Señor, ayúdame a mantener mi equilibrio.

Tomado del libro: Agentes de cambio de Editorial Vida

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